A unos meses de la asunción al poder de la sucesora de AMLO, la búsqueda de estos nuevos canales ha hecho que el Episcopado propicie el diálogo, pero aun parecen tímidos los esfuerzos que no deberían despojarse de la fuerza profética que, como es obligado, tienden a enfrentar las injusticias y la degradación de la dignidad humana.
La Iglesia católica, en su milenaria historia, aprendió que estos pasos deben darse con diligencia y sin precipitaciones; sin embargo, con el reciente proceso electoral, esa prudencia pudo haberse hecho a un lado cuando no se vislumbró un triunfo electoral del oficialismo tan apabullante como avasallante del poder. Ahora, en esa nueva definición del rumbo, la voz de la Iglesia debe sumar efectivamente, pero sin renunciar a la profecía que le caracteriza.