* Cuando el poder se hereda, la democracia se extingue……
Por Karina A. Rocha Priego
En Metepec, ya no sorprende que el apellido Flores pese más que cualquier institución pública, Fernando Flores Fernández ha convertido la presidencia municipal en un negocio familiar, una plataforma personal, un escenario donde su soberbia se impone por encima de la voluntad ciudadana, lejos quedó aquel discurso de cercanía y progreso con el que llegó al poder, hoy reina la opacidad, el control absoluto y el desprecio hacia todo aquel que ose cuestionarlo, lo peor no es el poder que ejerce, sino la impunidad con la que lo presume.
Escudo de soberbia llamado Gabriel Flores Archundia
Las críticas que rodean al alcalde no son simples comentarios aislados, son un grito colectivo que resuena en las calles, en las oficinas del ayuntamiento y en los medios de comunicación, un grito que Gabriel Flores Archundia -su (DES)coordinador de Comunicación Social- pretende callar con desplantes de superioridad, él, responsable directo de la pésima imagen pública del presidente municipal, se ha convertido en su guardia personal, no en un vocero institucional, ha levantado un muro de soberbia entre el gobierno y la ciudadanía, creyendo que proteger a su jefe significa esconderlo, aislarlo y confrontar a la prensa local con arrogancia y desprecio.
Su función debería ser informar, pero ha decidido censurar, su papel debería ser comunicar, pero prefiere intimidar, su responsabilidad es garantizar transparencia, pero se dedica a blindar el ego de su jefe, cada negativa a responder preguntas, cada intento de excluir medios incómodos, cada reacción altanera frente a críticas legítimas confirman que en Metepec la comunicación social no es un puente, es una barricada.
Escándalos sin respuesta y poder con destinatario
Mientras tanto, el escándalo del presunto robo de 200 millones de pesos atribuido a Hervy González Soto -su suplente y exdirector de gobierno- sigue flotando como nube tóxica sobre la administración, no hay investigaciones claras, no hay resultados públicos, no hay voluntad de esclarecer absolutamente nada, la estrategia es evidente, minimizar, silenciar, distraer, como si el tiempo fuera suficiente para borrar la memoria colectiva.
Pero el dinero no es el único botín, también el poder tiene destinatarios, primero se habló de su esposa, Iraís Espinosa Salinas, como la sucesora natural para la presidencia municipal, después se mencionó a su hija, Paulina Flores Espinosa, como carta futura para continuar la dinastía, ya no gobierna un alcalde, gobierna una familia que sueña con convertir Metepec en patrimonio hereditario, como si el municipio fuera una finca privada donde el poder se traspasa por matrimonio o apellido.
Un líder desconectado y una población cada vez más harta
El rechazo crece y ya no puede maquillarse con publicidad millonaria, hay testimonios de trabajadores que denuncian tratos déspotas dentro del ayuntamiento, hay comerciantes del Centro Histórico que llevan años pidiendo soluciones sin recibir más que promesas vacías, hay vecinos que relatan cómo se les niega audiencia bajo el argumento de que “el presidente no recibe a cualquiera”, ese no es un servidor público, es un monarca en miniatura rodeado de cortesanos.
Y si alguien cree que son exageraciones, ahí están los videos circulando en redes donde se ve a Fernando Flores Fernández explotando contra ciudadanos, respondiendo con burla, regañando empleados como si fueran de su propiedad, presumiendo autoridad como si fuera un trofeo, un gobernante que no escucha, no gobierna, impone, y ese modelo autoritario ya está pudriendo la administración desde adentro.
Gabriel Flores Archundia, lejos de corregir el desastre, lo profundiza, en vez de generar diálogo, siembra enemistad, en lugar de abrir puertas, las cierra con candado, lo que él ve como protección es en realidad aislamiento, y lo que cree fortaleza es debilidad, porque quien le teme a la prensa le teme al pueblo.
La llamada transformación en Metepec es una mentira que ya nadie se traga, lo que existe es una maquinaria dedicada al culto personal, una estructura diseñada para preparar la próxima candidatura de la esposa o de la hija, una administración obsesionada con controlar la narrativa mientras pierde el control de la realidad.
La pregunta ya no es qué hace Fernando Flores Fernández, sino quién se lo permite, quién avala que el gobierno se use como plataforma familiar, quién tolera que el presupuesto se administre en silencio, quién aplaude que el poder se ejerza con soberbia en lugar de con responsabilidad
Metepec no necesita un rey con escoltas de arrogancia, necesita un servidor público que entienda que la crítica no se censura, se escucha, que el cargo no es trono ni premio, es obligación y deber, que el pueblo no es una molestia ni un riesgo, es el origen y el destino de toda autoridad legítima.
Y, mientras Fernando Flores Fernández no lo entienda, cada día que permanezca en el cargo no será gobierno, será advertencia, se lo preguntaremos a Alejandro Murat.
