Por Karina A. Rocha Priego
A casi dos años de haber asumido el cargo como gobernadora del Estado de México, Delfina Gómez ha dejado en claro que no tiene ni la visión ni el carácter necesarios para encabezar el estado más poblado, dinámico y complejo del país.
Su administración no ha entregado una sola obra de alto impacto, de esas que transforman comunidades, detonan el desarrollo económico o generan progreso estructural y, en su lugar, la hoy mandataria ha optado por pavimentar calles secundarias, rehabilitar unidades deportivas municipales, y cortar listones de banquetas recién pintadas como si se tratara de proyectos históricos.
Su «gran proyecto» es un plan de movilidad de 54 pequeñas obras que bien podrían ser resueltas por los gobiernos municipales.
En Jaltenco, Nextlalpan o Tultepec, por ejemplo, se anuncian como grandes logros la ampliación de avenidas o la pavimentación de tramos de vialidades locales, con cifras infladas que pretenden convencer a la ciudadanía de que su administración está «transformando el Estado de México».
¿De verdad una avenida de cuatro carriles es una obra de primer nivel en un estado que requiere hospitales regionales, universidades técnicas, parques industriales, y sistemas de transporte masivo? Delfina Gómez ha reducido al Estado de México a un simple programa de bacheo.
El contraste con las necesidades reales del territorio es escandaloso y en lugar de detonar infraestructura hidráulica para combatir la crisis hídrica que afecta a millones, en vez de construir clínicas en las zonas más pobres o mejorar la red hospitalaria pública, la gobernadora prefiere cortar listones en campos deportivos.
¿Dónde están los centros de innovación, los parques científicos, las autopistas de interconexión regional? ¿Dónde están las obras que tendrían que estar en marcha para responder a un estado que suma casi 17 millones de habitantes y una creciente presión urbana y social?
La respuesta es tan simple como preocupante: no hay visión de Estado pues Delfina Gómez ha optado por gobernar con base en propaganda, no en resultados.
Las famosas «Mesas de Coordinación para la Construcción de la Paz» -esas reuniones matutinas con funcionarios de seguridad que encabeza cada semana- son el estandarte de su narrativa, donde presume que los índices delictivos van a la baja, mientras los datos oficiales y la percepción ciudadana dicen lo contrario: extorsiones, robos con violencia, feminicidios, desapariciones, narcomenudeo… todo sigue ocurriendo en la misma o mayor medida que antes.
El Estado de México no es un lugar más seguro hoy que hace un año, aunque en el boletín de prensa del gobierno estatal insistan en repetirlo cada martes.
En lugar de gobernar para todos, Delfina Gómez ha elegido el camino fácil: repartir dinero bajo la lógica asistencialista que caracteriza a la Cuarta Transformación, el gobierno estatal ahora se dedica a entregar apoyos económicos a ciertos sectores de la población, sin que exista una estrategia clara de desarrollo económico, generación de empleo o inversión productiva.
Se regala dinero, sí, pero no se crea riqueza ni se siembra crecimiento; la gobernadora gasta su tiempo en lo que podría describirse como una política de limosnas institucionalizadas, que mantiene a muchos dependientes del erario sin ofrecerles un camino real hacia la autonomía económica.
Este enfoque no solo es miope, sino peligroso, un gobierno que no invierte en desarrollo, que no construye infraestructura, que no fomenta la iniciativa privada ni apuesta por la innovación, está condenado a la mediocridad y eso, es exactamente lo que hoy se respira en el Estado de México: mediocridad disfrazada de progreso, improvisación vendida como planeación, clientelismo político camuflado de justicia social.
Lo más insólito de todo esto es el nivel de banalidad con el que se maneja la figura de la gobernadora, mientras los mexiquenses en-frentan crisis de agua, inseguridad, desempleo y servicios públicos colapsados y, de repente, Delfina Gómez aparece celebrando los 50 años de la paleta payaso, literal, en lugar de encabezar foros de inversión, buscar convenios con empresas, gestionar recursos para obras estratégicas o dialogar con expertos en desarrollo regional, la mandataria se toma fotos con botargas y dulces, como si un aniversario de golosinas tuviera algún impacto en la vida de los más de 16 millones de mexiquenses que requieren, urgentemente, soluciones reales.
Hay que reconocerle algo: al menos no desperdicia el tiempo en una «mañanera» local, pero lo cierto es que su administración ha caído en la trampa del gobierno testimonial: muchas fotos, muchos eventos simbólicos, muchas sonrisas… y cero legado.
El Estado de México merece algo mejor que una administración que se limita a tapar baches y repartir monederos electrónicos; merece una clase política con ideas, con coraje, con sentido histórico.
Delfina Gómez, hasta ahora, ha demostrado que no está a la altura del reto, pero quedan cuatro años y cachito por delante, deseando que los próximos no se desperdicien como los primeros pero, si la tendencia se mantiene, el Estado de México corre el riesgo de perder no sólo tiempo, sino rumbo…
