Por Karina A. Rocha Priego
Gerardo Fernández Noroña vuelve a los reflectores, no por legislar ni por trabajar en favor de la gente, sino por su talento natural para hacer el ridículo.
Ahora resulta que “llora” en redes sociales porque entraron a robar a la casa que presume en Tepoztlán, un Pueblo Mágico que, hasta hace unos años, vivía en paz, pero que hoy sirve de escenario para la tragicomedia de un senador que exige trato especial, asegurando que el he-cho es “grave y extrañísimo”, como si los delincuentes llevaran un listado para elegir a quién robar y hubieran cometido sacrilegio al tocar al autoproclamado paladín del pueblo.
Lo que no dice Noroña con la misma vehemencia, es que la famosa casa no es cualquier casita de interés social, es un inmueble en un Área Natural Protegida, donde las leyes ambientales parecen ser tan flexibles como sus discursos, asegura que la compró de buena fe, supuestamente, y que la paga a crédito, como si eso lo eximiera de haber puesto ladrillos donde no debía. ¡Qué ironía!, el que grita contra corruptos y abusivos, pero él tiene su propio pecadillo inmobiliario, pero claro, para él todo se trata de una campaña en su contra, pobrecito.
Su denuncia digital, porque de eso vive, es un manual de victimismo, muestra placas de camionetas, dramatiza con frases de “me quieren dañar” y hasta presume que su pareja salió ilesa, pero a la hora de la verdad no presenta denuncia formal, la Fiscalía de Morelos espera, los ciudadanos esperan, pero Noroña prefiere el show mediático, el micrófono, la lágrima virtual, es mucho más rentable llorar en Twitter que enfrentar al Ministerio Público, la justicia como accesorio y las redes sociales como tribunal.
El refrán “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón” le calza perfecto, porque hablamos de un político que lleva años robando reflectores con su circo permanente, experto en insultar y descalificar, pero al que la vida le devuelve un poquito de ese caos y entonces se indigna, pide solidaridad y exige que el país se detenga a escucharlo, como si la inseguridad de miles de mexicanos no contara, como si el dolor de las víctimas reales valiera menos porque no son senadores.
En realidad, lo ocurrido no es más que otro capítulo de su reality personal, el mismo guion de siempre, declina escoltas oficiales para posar de valiente, pero luego clama por justicia cuando lo tocan, exige respeto a la ley, pero vive en un terreno protegido, se indigna cuando lo cuestionan, pero señala con dedo flamígero a medio mundo, esa es la esencia de Noroña, un político de contradicciones, un actor de cuarta en un drama nacional que no necesita más farsantes sino soluciones, mientras tanto, la inseguridad en Morelos y en todo México sigue siendo brutalmente real, aunque él la convierta en espectáculo…
Hecho en China, pagado en México

Sin saber en dónde termina la ficción y en dónde empieza la realidad en el Estado de México, resulta que, muy abiertamente, se está dando entrada a mercancías chinas que desde hace décadas representan competencia desleal contra los productos hechos en México, lo más grave es que el discurso oficial intenta maquillar como “progreso” lo que no es más que un remate de oportunidades para los extranjeros, porque mientras se presumen inversiones millonarias, los mexiquenses apenas y alcanzan a sobrevivir con empleos mal pagados o con la famosa manutención gubernamental que a nadie saca de la pobreza.
¿Ya se les olvidó que hasta los derechos de la Bandera Nacional y la imagen de la Virgen de Guadalupe terminaron en manos chinas?, esa fue la muestra más humillante de cómo lo “hecho en México” se vuelve un lema vacío, por eso duele tanto que ahora el gobierno mexiquense, en lugar de defender a su gente, salga a recibir con alfombra roja a empresarios de Guangdong, como si fueran salvadores y no simples oportunistas que vienen a llenarse los bolsillos, porque todos sabemos que las empresas chinas rara vez contratan a los locales, prefieren traer a su propia mano de obra y dejarnos a los mexicanos como espectadores de cómo se reparten las ganancias en nuestra propia tierra.
El anuncio con bombo y platillos de que llegarán 16 nuevas empresas chinas a la entidad, sumándose a las 80 que ya operan, parece más un parte de victoria para ellos que para nosotros, porque de entrada, lo único seguro es que los chinos ampliarán su presencia en parques industriales de manufactura, logística y tecnología, mientras que a los mexiquenses les tocará lo de siempre, ser mano de obra barata, contratos temporales y sueldos que apenas alcanzan para llenar la despensa de una semana, el famoso hermanamiento con Guangdong, que ya tiene casi 25 años, ha servido más para abrir las puertas a su invasión económica que para fortalecer la producción nacional.
Se habla de que estas inversiones harán del Estado de México un centro logístico de primer nivel, un puerto seco de referencia en América del Norte, suena bonito en los discursos oficiales, pero la realidad es que seguimos siendo dependientes, subordinados y cada vez más entregados a los intereses de países que sí saben defender lo suyo, ¿o acaso en China aceptarían que empresas mexicanas instalaran fábricas sin contratar chinos?, imposible, allá se respeta su mercado interno, aquí en cambio se traiciona con tal de salir en la foto con los supuestos “aliados estratégicos”.
El colmo es que hasta presumen que vendrán 15 expertos chinos en medicina a capacitar a nuestras autoridades sanitarias, como si no tuviéramos médicos capaces, como si la pandemia no hubiera demostrado que lo que falta no es talento nacional, sino inversión y voluntad política, se trata de la misma narrativa de siempre, disfrazar como progreso lo que en realidad es dependencia, mientras la clase política mexiquense aplaude, el pueblo paga, se entrega soberanía, se abaratan salarios y se condena a lo mexicano a seguir perdiendo terreno frente a lo chino, todo en nombre de un “desarrollo” que nunca llega a los bolsillos de la gente.
