“Los Murciélagos”, grupo de élite que México despliega cuando todo lo demás fracasa

Por Karina A. Rocha Priego

Queridos lectores, ¿alguna vez han escuchado hablar de “Los Murciélagos”? No, no se trata de las criaturas de alas delgadas que revolotean en la oscuridad, sino de un grupo de élite del Ejército Mexicano que aparece cuando el país se hunde en su versión más cruda: la de territorios cercados por el crimen, autoridades rebasadas y ciudadanos atrapados entre fuegos cruzados.

Hablar de ellos es hablar de un México que arde mientras intenta sostenerse; de un país que presume instituciones de seguridad, pero que, una y otra vez, termina recurriendo a sus Fuerzas Especiales para contener a organizaciones criminales que operan con armamento, estrategia y poder económico que rivaliza -e incluso supera- al de los propios gobiernos locales.

“Los Murciélagos” pertenecen al Cuerpo de Fuerzas Especiales, descendientes directos del antiguo GAFE creado en los años 90, cuando el Estado mexicano despertó a la realidad de que combatir al crimen organizado requería algo más que policías municipales y soldados de tropa.

Un entrenamiento para escenarios que el país no quiere admitir

Su formación se lleva a cabo en Temamatla, Estado de México, un lugar tan silencioso como implacable; allí, los aspirantes se enfrentan a jornadas que rozan lo inhumano: rutas de resistencia física que superan lo militarmente ordinario, evaluaciones psicológicas que buscan moldear a individuos capaces de funcionar bajo estrés extremo y entrenamientos que los llevan al límite del cuerpo y la mente.

Su catálogo de habilidades responde a un país que ha visto cómo los grupos criminales perfeccionan tácticas, blindan vehículos, diversifican sus armas y adoptan estrategias paramilitares:

* Combate cuerpo a cuerpo para enfrentar escenarios urbanos.

* Paracaidismo militar para irrumpir en zonas inaccesibles por tierra.

* Explosivos para entrar donde las balas no bastan.

* Francotiradores capaces de operar en montaña, desierto o selva.

* Drones tácticos que ofrecen ojos en un cielo dominado muchas veces por grupos criminales.

* Navegación nocturna donde el sigilo es la diferencia entre vida y muerte.

“Los Murciélagos” son un producto directo del país que tenemos: uno donde las autoridades locales son incapaces -en ocasiones, cómplices- y donde el Gobierno Federal termina desplegando a sus elementos mejor entrenados para recuperar pedazos de territorio que nunca debieron perderse.

Cuando aparecen, es porque la emergencia ya es insostenible

“Los Murciélagos” no patrullan calles ni montan retenes visibles; su trabajo no se anuncia; se ejecuta, pues forman parte de una estructura operativa que entra sólo cuando la situación ha colapsado, cuando los cárteles han tomado carreteras, cuando los desplazados huyen con lo que llevan puesto, cuando un Estado queda exhibido ante el mundo por su incapacidad para controlar su propio territorio. México los envía cuando la violencia se sale del guion.

Sinaloa: una guerra entre cárteles que obligó al estado a actuar

Sinaloa ha sido, por décadas, un laboratorio de violencia, cuando estallan las fracturas internas entre facciones del narcotráfico, los primeros en caer son los ciudadanos: comunidades enteras sitiadas, escuelas cerradas, carreteras con bloqueos incendiados, desplazados que huyen con miedo a ser reclutados o ejecutados por pertenecer al “lado equivocado”.

En uno de esos episodios, el Ejército desplegó a un número considerable de elementos de “Los Murciélagos” y no fue una decisión simbólica: fue una señal de que el Estado mexicano había perdido el control en zonas rurales, serranas e incluso urbanas, y necesitaba recuperar territorio palmo a palmo.

Su actuación incluyó:

* Operaciones nocturnas para desarticular células armadas.

* Incursiones en Culiacán y comunidades clave para cortar rutas de movilidad criminal.

* Destrucción de laboratorios clandestinos operados por organizaciones con capacidad industrial.

* Detención de operadores regionales que alimentaban la espiral de violencia.

La presencia de “Los Murciélagos” en Sinaloa evidenció una realidad que el discurso político rara vez admite: para recuperar ciertos territorios, México necesita movilizar a su personal más especializado, porque las instituciones locales no pueden -o no quieren- enfrentar a los grupos que gobiernan de facto.

Michoacán: la tierra donde la población quedó entre fuegos cruzados

Ahora bien, si Sinaloa es un territorio de historia criminal, Michoacán es un recordatorio permanente de la fragilidad del Estado mexicano; Tierra Caliente ha visto nacer, fragmentarse y multiplicarse a grupos armados que disputan cada valle, cada brecha, cada comunidad.

A principios de noviembre, como parte del llamado Plan Michoacán, el Ejército envió 180 elementos de Fuerzas Especiales, incluidos integrantes de “Los Murciélagos” y no fue una cifra menor: su presencia responde a un colapso visible, a comunidades paralizadas por la extorsión, a carreteras bloqueadas por organizaciones criminales, a pueblos enteros aislados por el miedo.

Los objetivos fueron claros:

* Reabrir caminos secuestrados por grupos armados.

* Asegurar zonas donde las policías municipales carecían de poder, recursos o autonomía.

* Proteger a la población de ataques directos o de represalias entre cárteles.

* Recuperar espacios públicos y restablecer el control institucional.

Ese despliegue formó parte de un operativo mayor con cerca de 2 mil elementos adicionales del Ejército y la Guardia Nacional, aun así, la pregunta quedó en el aire: ¿por qué se necesitó llegar a ese extremo para volver a garantizar lo más básico, que es la seguridad de la población?

Un grupo que refleja lo mejor del Ejército, y lo peor de nuestra realidad.

“Los Murciélagos” representan disciplina, precisión, estrategia y profesionalismo; son la prueba de que México tiene capacidad para recuperar territorios que parecieran perdidos, pero también son un espejo incómodo: su presencia recurrente en estados como Sinaloa y Michoacán revela que las instituciones locales fallan, que los cárteles crecen y que el país vive atrapado en una espiral de violencia que obliga al Estado a recurrir a sus unidades más especializadas una y otra vez.

Operan en la oscuridad, sí, pero no porque lo prefieran, sino porque México los llama cuando la violencia ya se hizo insostenible… y cuando miles de ciudadanos requieren, desesperadamente, que alguien vuelva a encender la luz.

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