Con el inicio de la temporada migratoria de la mariposa monarca, los bosques del Estado de México y Michoacán vuelven a convertirse en escenarios de uno de los fenómenos naturales más impresionantes del continente.
En este contexto, la bióloga Mariluz Anaya Villegas, egresada de la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx) y especialista en lepidópteros, compartió su trabajo y pasión por estos insectos esenciales para la salud de los ecosistemas.
México alberga cerca de 1,800 especies de mariposas, distribuidas desde las cumbres frías hasta las regiones tropicales. En el Estado de México —particularmente en Malinalco, una zona de alta diversidad biológica— es posible encontrar hábitats que aún se mantienen lo suficientemente conservados como para sostener numerosas especies.
“Las mariposas son mucho más que belleza”, explicó Anaya. “Son polinizadoras, participan en la cadena alimentaria y ayudan a reciclar nutrientes durante todas sus etapas de vida: huevo, oruga, crisálida y adulto”.
Uno de los enfoques principales del trabajo de maestría de la universitaria fue estudiar cómo las condiciones ambientales influyen en la coloración y desarrollo de las alas. Las mariposas, resaltó, dependen de la luz solar y la temperatura para regular sus funciones vitales. Cambios sutiles en temperatura y humedad pueden provocar alteraciones en sus colores o incluso deformaciones en las alas. “Cada variación es una señal de alerta del impacto humano en sus hábitats”, señaló Mariluz Anaya Villegas.
Su estudio, realizado en Malinalco y apoyado con imágenes satelitales, mostró un hallazgo alentador: aun con el crecimiento urbano y la presión turística, los jardines y áreas verdes del municipio funcionan como refugios para las mariposas. Esto evidencia que la coexistencia entre actividades humanas y conservación es posible cuando existe planeación y respeto por el entorno.
Sin embargo, la especialista advirtió que las mariposas enfrentan amenazas constantes: pérdida de hábitat, uso indiscriminado de pesticidas, deforestación y agricultura intensiva. A ello se suman prácticas bien intencionadas pero incompletas, como sembrar únicamente plantas del género Asclepias para atraer mariposas monarca.
“No basta con plantar algodoncillo. Las mariposas necesitan un mosaico de plantas, sombra, sol y microhábitats variados”, explicó Anaya.

Además de promover jardines más diversos, la bióloga recomendó no manipular a las mariposas, pues sus alas están cubiertas de escamas que les permiten regular su temperatura y protegerse de depredadores. Al tocarlas, dichas escamas se desprenden, debilitando al insecto.
Cada año, indicó, miles de mariposas monarca recorren un viaje migratorio extraordinario que inicia en Canadá y culmina en los bosques templados del centro de México. Este trayecto involucra varias generaciones; se cree que la orientación se transmite de forma genética y se apoya en la posición del sol. Por ello, es común observarlas en distintas zonas del Valle de Toluca, donde encuentran flores que les proporcionan néctar para continuar su ruta.
“Me identifico con la transformación que representan las mariposas”, compartió. Así, “quise que mi trabajo reflejara esa misma transformación de conciencia hacia la conservación. Son organismos pequeños, pero grandes indicadores de la salud ambiental. Cuidarlas es cuidarnos”.
Además de su labor científica, Mariluz Anaya Villegas participa activamente en actividades de divulgación a través de la Red de Divulgadores “Atomium” y en su proyecto “Metanoia”, donde encapsula en resina flores que han completado su ciclo para crear piezas de joyería inspiradas en la biodiversidad local.
“La ciencia debe ser accesible para todas y todos. Los insectos pueden convertirse en un punto de encuentro, una forma de reconectar con la naturaleza desde la curiosidad y los sentidos”, concluyó.
