Por Karina A. Rocha Priego
Una herencia de sangre y corrupción
La inseguridad y violencia que azotan a México no son nuevas, pero han alcanzado niveles alarmantes durante los gobiernos de Morena, aunque muchos intentan echar toda la culpa al Gobierno Federal actual, es un error reducir la responsabilidad únicamente a Palacio Nacional, gobernadores, presidentes municipales y congresos locales gobernados por Morena, aun cuando han contribuido con negligencia, inacción o complicidad a que la delincuencia organizada se adueñe del territorio.
Sin embargo, lo más preocupante no es que el problema exista, sino que no hay solución visible a corto ni a mediano plazo y, aunque hoy algunos pretenden comparar con nostalgia los años del peñismo con los de López Obrador y ahora Claudia Sheinbaum, no se puede romantizar una administración marcada por su propia corrupción y complicidades.
Es cierto, en el sexenio de Enrique Peña Nieto se capturaron a varios capos y se realizaron decomisos históricos de drogas, pero lo que se oculta en ese recuento es el precio político que se pagó por mantener las apariencias de un Estado que combatía al crimen, mientras permitía que otros se enriquecieran desde el poder.
Aplausos hipócritas: ¿castigo o simulación?
Durante el sexenio de Peña Nieto, seis gobernadores priistas fueron encarcelados: Javier Duarte, Roberto Borge, César Duarte, Eugenio Hernández, Jorge Torres y Tomás Yarrington; también se pidió la renuncia de David Korenfeld por usar un helicóptero oficial como transporte personal y, a primera vista, podría parecer un acto de congruencia política, de limpieza institucional.
Sin embargo, los aplausos por estos actos se sienten huecos cuando se observa el contexto completo: fueron sacrificios menores para preservar la imagen del régimen, sin que las estructuras que los sostuvieron fueran realmente tocadas.
Igualmente, se presume la captura de narcotraficantes como el “Z-40”, “Z-42”, “El Chapo”, “La Tuta” o “El H”. ¿Y qué pasó después? ¿Se debilitó el crimen organizado? ¿Dejó de haber masacres? No. Porque el sistema nunca combatió al narco en su raíz: la complicidad política, la corrupción institucional y la pobreza estructural, fue una guerra mediática, de cifras e imágenes para el aplauso fácil, pero sin una estrategia profunda ni duradera.
El gabinete de oro… y de lodo
Es imposible hablar del legado de Peña Nieto sin mencionar el gabinete más polémico, señalado y descaradamente corrupto de la historia reciente: Ildefonso Guajardo (Economía), Gerardo Ruiz Esparza (SCT), Pedro Joaquín Coldwell (Sener), Rosario Robles (Sedatu, Sedesol), Luis Videgaray (SHCP, SRE)… todos arrastran escándalos multimillonarios, conflictos de interés, fraudes y desvíos.
La “Estafa Maestra”, los contratos amañados con OHL, los sobornos de Odebrecht, la caída del helicóptero en Puebla, la deuda con Pemex, las condonaciones fiscales… Nada fue suficiente para que perdieran la confianza del entonces presidente. ¿Por qué? Porque más que funcionarios, eran cómplices, porque en el peñismo, la lealtad pesó más que la ética y porque todos eran piezas útiles de un sistema cuya prioridad era enriquecerse, no gobernar.
AMLO: el vengador que pactó con el enemigo
Pero la crítica no puede detenerse en el pasado, lo verdaderamente grave es que Andrés Manuel López Obrador, quien prometió castigar a Peña Nieto y su camarilla, terminó protegiéndolos.
Durante su campaña, AMLO se presentó como el paladín contra la mafia del poder, sus discursos eran promesas de juicio y cárcel para los corruptos, para “la mafia que robó al país”, pero al llegar al poder, el fuego revolucionario se apagó.
¿Por qué no se juzgó a Peña Nieto? ¿Dónde están las investigaciones contra Videgaray o Meade? ¿Por qué Rosario Robles es la única cara visible de la corrupción del sexenio anterior en prisión? La respuesta es brutalmente sencilla: hubo pacto. Peña Nieto entregó el poder sin resistencia, a cambio de impunidad. Morena no ganó por mayoría espontánea. Ganó porque el PRI, por miedo o por cálculo, decidió dejar de pelear. Cedió. Y AMLO aceptó el pacto.
La raíz de todos los males
Quien diga que Peña Nieto no fue corrupto, simplemente no quiere ver, peor aún, quien no ve que su pacto con Morena es el verdadero origen del desastre actual, está ignorando lo esencial.
Peña, al no enfrentar a López Obrador y dejar que Morena tomara el control absoluto, hipotecó el futuro del país. ¿Qué esperaban que pasara cuando se entrega el poder a un movimiento populista, mesiánico y sin contrapesos? El resultado está a la vista: militarización, violencia desbordada, impunidad total, polarización, ataque a las instituciones y una economía estancada.
Peña Nieto fue el puente entre la cleptocracia priista y el autoritarismo morenista, no lo hizo por amor al país, sino por temor a terminar en prisión, vendiendo su alma y la de México por su libertad y, lo peor, es que ni siquiera se esconde: vive en el extranjero, disfrutando de los frutos de su traición, mientras el país que gobernó se desangra en cada rincón.
Claudia: continuidad disfrazada
Hoy, con Claudia Sheinbaum como presidenta, el panorama no mejora, pues su discurso es una copia del de AMLO, y su gabinete, una extensión del lopezobradorismo.
No hay señales de que se buscará justicia contra los corruptos del pasado ni contra los del presente.
La impunidad sigue siendo la norma: el narco sigue creciendo, las mujeres siguen desapareciendo, la pobreza no cede y, mientras tanto, los verdaderos responsables están libres o en el poder.
México está pagando el precio del pacto maldito entre Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador.
Un intercambio de cárcel por poder, de justicia por complicidad y, mientras no rompamos con esa historia de impunidad disfrazada de transición, no habrá esperanza real para el país.
