Por Karina A. Rocha Priego
Sin lugar a duda, Morena atraviesa una de sus peores crisis internas, producto no sólo de la lucha por el poder, sino de los escándalos que exhiben la hipocresía de sus dirigentes, mientras la narrativa de la «honestidad valiente» se derrumba frente a los excesos de personajes como “Andy” López Beltrán, señalado por influir en contratos y favores políticos sin cargo formal, además de sus viajes en primera clase y estancias en hoteles de lujo; Ricardo Monreal juega a la oposición dentro del oficialismo, mientras Mario Delgado convirtió la dirigencia en trampolín personal, protegido bajo el disfraz de la disciplina partidaria, entre otros.
Las pugnas internas son cada vez más evidentes, Morena dejó de ser un movimiento social para transformarse en un grupo de poderosos que se disputan candidaturas, presupuestos y cuotas de influencia y muy lejos quedó aquel discurso de regeneración política; hoy prevalecen amiguismo, influyentismo y enriquecimiento de quienes se autoproclaman guardianes de la «Cuarta Transformación».
El cinismo es tal, que mientras exigen sacrificios al pueblo bajo la bandera de «austeridad republicana», ellos se desplazan en ca-mionetas blindadas, acumulan propiedades y blindan a sus familias con privilegios; las denuncias internas son tachadas de traición, mientras los militantes de base -los que realmente creyeron en el proyecto- son relegados a simples operadores electorales.
Morena se desmorona bajo el peso de sus propias contradicciones: lo que prometió ser un cambio profundo, hoy es un espejo distorsionado de los vicios que tanto criticaron. Presiones de Trump, el talón de Aquiles de Morena
A esta crisis se suman las presiones del gobierno de Estados Unidos, encabezado por Donald Trump, mientras Washington insiste en que Claudia Sheinbaum entregue a los llamados narcopolíticos, personajes vinculados a Morena y a los años de poder de Andrés Manuel López Obrador.
La exigencia es mayúscula, pues implica exhibir la complicidad de quienes hoy gozan de cargos públicos, financiamiento oscuro y redes de protección.
Trump utiliza la presión como arma política y económica, dejando en claro que el vecino del norte no tolerará más simulaciones; la gran amenaza para Sheinbaum no está en la oposición mexicana, sino en la dependencia histórica frente a Estados Unidos, que coloca al gobierno en una encrucijada: obedecer y entregar cabezas o resistir y enfrentar represalias comerciales y diplomáticas.
El riesgo es enorme, pues Morena podría entrar en una espiral de descomposición interna si se revelan conexiones entre funcionarios, operadores electorales y grupos criminales que financiaron campañas, mientras el discurso de la «honestidad» quedaría pulverizado frente a pruebas y testimonios.
La presión externa desnuda la vulnerabilidad de un partido que llegó al poder con la bandera de la pureza moral, pero que hoy se hunde en pactos con el crimen y, si Sheinbaum cede, el costo político será devastador: Morena se fracturará y el mito de la «Cuarta Transformación» se derrumbará sin remedio.
La multiplicación de partidos, oportunismo disfrazado
Pero ante la inminente debacle de Morena, la política mexicana recurre a un viejo vicio: la creación de nuevos partidos como remedio a la descomposición del sistema mientras la oposición, incapaz de consolidar un frente sólido con liderazgo real, apuesta por «nuevas agrupaciones» que no son más que refugios de reciclados y ambiciosos que buscan cuotas de poder.
Lo más grave es que, mientras la sociedad enfrenta inseguridad, pobreza y desencanto, ya se habla de proyectos impulsados desde el extranjero y, Estados Unidos, siempre metido en la política mexicana, ahora impulsa a «México Republicano», un partido diseñado para aprovechar el debilitamiento del oficialismo.
La democracia, entonces, se convierte en un mercado de franquicias, donde intereses externos y ambiciones internas pesan más que las verdaderas necesidades ciudadanas.
Crean partido «satélite» con siglas CSP
Por lo pronto, el cinismo alcanza niveles alarmantes, pues Hugo Eric Flores, aquel operador disfrazado de líder evangélico que ya vendió la fórmula con el extinto PES, reaparece con la organización Construyendo Solidaridad y Paz (CSP), cuyo objetivo es fundar un partido que, de manera conveniente, lleve siglas que remitan al nombre de Claudia Sheinbaum Pardo.
Según el INE, esta agrupación ya consiguió 93 asambleas «válidas» y sigue avanzando en el proceso legal, pero lo relevante no es el trámite, sino el trasfondo político, pues se dice que Sheinbaum opera esta jugada como su vía de escape de Morena, hundido en contradicciones y en la sombra corrosiva del lopezobradorismo.
Lo más inquietante es que el proyecto, dicen, estaría vigilado por Omar García Harfuch, secretario de Seguridad Ciudadana, encargado de «monetizar» la nueva fuerza política, lo que, a la vez, le daría la posibilidad de ser este, el próximo candidato a la Presidencia de México pues, se dice, esas son las aspiraciones de García Harfuch.
Ahora bien, si las cosas son así, estarán de acuerdo en que Sheinbaum Pardo estaría construyendo su propio refugio, un espacio donde ella sea líder absoluta, libre de las cadenas que la atan a Morena y a AMLO.
Este movimiento desnuda la falta de convicciones políticas y la peligrosa ambición de perpetuarse en el poder mediante partidos «satélite» disfrazados de alternativas ciudadanas.
La creación de un «partido Sheinbaum» confirma que la llamada 4T ya no existe; lo que queda es la búsqueda desesperada de nuevos vehículos de control político.
Eric Flores, el operador incómodo
Para colmo, resulta escandaloso que Hugo Eric Flores, político marcado por la opacidad y el enriquecimiento súbito, sea señalado como el encargado del nuevo partido para Sheinbaum.
Hablamos del mismo personaje que, siendo superdelegado en Morelos, quintuplicó su patrimonio inmobiliario, comprando propiedades millonarias al contado mientras el país se hundía en desigualdad. Flores, exlíder del PES y mentor político de Cuauhtémoc Blanco, arrastra un historial de inhabilitaciones, falsificación de documentos y negocios turbios y que hoy reaparezca como arquitecto del supuesto «partido Sheinbaum» confirma que la 4T se sostiene en los mismos vicios que prometió erradicar: corrupción, simulación y ambición.
