
Priorizar la salud del personal médico que cursa una residencia médica es una necesidad urgente, afirmó la profesora e investigadora de tiempo completo de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx), Alexandra Estela Soto Piña.
Soto Piña explicó que una residencia médica es una etapa clave en la formación de médicos generales tras concluir la licenciatura, ya que representa el inicio de alguna especialidad dentro de un hospital, con una duración promedio de tres años; sin embargo, también es un espacio donde enfrentan un ritmo de vida altamente demandante, con jornadas que pueden extenderse hasta 36 horas continuas, debido a las guardias y los periodos de descanso escasos, que en muchos casos son insuficientes para garantizar una recuperación adecuada.
A esto se suma la constante exposición al estrés laboral, que puede derivar en trastornos psiquiátricos como ansiedad o depresión. En este sentido, el ambiente hospitalario, con alta carga de trabajo y exigencias constantes, también puede generar tensiones entre los equipos médicos, sobre todo entre médicos con más experiencia y los residentes en formación, quienes suelen sentirse presionados por su falta de experiencia.
Entre las consecuencias más preocupantes se encuentra el síndrome de Burnout, un padecimiento que involucra el desgaste físico, emocional y mental, impactando diversas funciones biológicas y psicológicas. Este síndrome se presenta cada vez con mayor frecuencia en el personal de salud, especialmente entre quienes están en formación.
En nuestro país, algunos cambios ya se están implementando. Tal es el caso de hospitales del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), que acortó las jornadas de guardia, dependiendo de la especialidad, con el objetivo de mejorar las condiciones laborales.
Ante esta situación, la especialista señaló que es deber de las autoridades revisar los horarios de guardias y asegurar que los residentes tengan tiempos reales de descanso. Soto Piña hizo hincapié en la importancia de realizar monitoreos fisiológicos, bioquímicos y psicológicos continuos a los residentes, para detectar oportunamente cualquier alteración en su salud, así como fomentar una cultura donde se reconozca la necesidad de pedir ayuda sin estigmas.